Una mañana en el paradero de autobuses, encontré a dos
viejitas chismoseando, escandalizadas. Hablaban cubriéndose la boca.
—Qué horror, qué degenerado.
—Qué sucios Dios mío. Es el fin del mundo.
Revisé el lugar a ver por qué tanto alboroto. No era otra
cosa más que un montón de basura fuera de las bolsas negras en las que los
vecinos suelen dejarlos debajo de un poste, para que los recolectores se los
lleven. Revisé un poco más y oh SANTO DIOS, la basura que había botado estaba
desperdigada por todos lados. Resulta que la noche anterior, al ver que tenía
demasiadas cosas inútiles, decidí botarlas. Habían entre la basura cosas
como: revistas y dvd’s porno y la basura de la última semana, lo normal, lo
poco “común” era tres preservativos atados con algo de semen adentro.
—Maldito reciclador— pensé.
Una noche ya lo había visto rebuscando entre la basura, con
lo que no contaba era que la dejara así, por todos lados, sin devolver lo que
no le servía.
—Ni siquiera le sirvió las revistar porno. Seguro es gay
—pensé.
Seguramente no había pasado el camión de basura, y las
viejitas estaban escandalizadas por mí. Me hice el loco y me marché a mi
trabajo.
Las siguientes noches espié la esquina desde mi ventana. Vi
llegar al reciclador cerca de la media noche. Era un señor maduro, no anciano,
chato y fornido que cargaba un costal blanco, sucio. Cada noche revisaba todo,
sacaba botellas de plástico, papeles que no estén plastificados (como mis
revistas) objetos que le podrían servir (cortaúñas, micas, pomitos de perfumes,
desodorantes, juguetes en mal estado, zapatos y zapatillas viejas, entre otras
cosas). Al finalizar su búsqueda, dejaba toda la basura revuelta, sin volver a
meter la basura que no le servía en las bolsas que correspondían, o en
cualquier otra bolsa. La misma historia todas las noches. Seguro durante la
madrugada los basureros municipales tenían que lidiar con ese desorden.
—Mal por ellos —pensé.
—Qué tanto miras —me preguntó Saúl, con quien compartía la
habitación por entonces.
—Nada, nada.
Una noche que llegué de compras me llegó la inspiración tan
anhelada, fue mientras contemplaba mis nuevos zapatos, en realidad viendo la
caja, porque parecía una de regalo. Ahora que lo escribo, creo que fue el hecho
de que en ese instante quise ir al baño. En fin. El caso es que cogí la caja,
la puse al centro de la habitación, me puse de cuclillas y cagué adentro, con
una puntería que envidiaría cualquier francotirador, porque la mierda no
ensució ninguno de los lados. Cuidadosamente tape la caja y fui hacia la
puerta. En ese momento abrió Saúl, que acababa de llegar del trabajo.
—Bueeena con las tabas —me dijo emocionado.
—Jejeje…
Bajé rápidamente por las escaleras y me fui hacia el poste
y dejé ahí la caja. Luego regresé enbalado. Cuando crucé la puerta, Saúl estaba
buscando algo debajo de las camas. Al verme me dijo:
—Algo huele feo.
—Te tiraste un pedo seguro.
—Jejeje…
A las once ya estaba pegado a la ventana, ansioso de que
llegara el reciclador; y como sucede siempre que esperas algo, el tiempo pasó
lentamente. A pocos minutos de la medianoche llegó el reciclador y tal como
esperaba, corrió rápidamente hacia la caja y la abrió. En ese momento empecé a
partirme de la risa, el sujeto tapó inmediatamente la caja, mientras se
arqueaba impulsado por la sensación de vómito, se enroscó unas cuatro veces
hasta que se calmó, se frotó los ojos (había lagrimeado el chucha) y se marchó
dejando toda la basura tal cual.
—Qué tanto te ríes —me preguntó Saúl.
—Nada/nada —le respondí. Me senté a la PC y ya tenía una
historia para contar.