―¿Crees en los extraterrestres? ¿Crees en Dios?
―fue lo primero que me preguntó, ni bien cruzó la puerta, sin saludarme
siquiera.
―De qué hablas, quién eres tú ―le respondí. Su
nombre era Xavier Arca, tenía unos cincuenta años y estaba muy bien presentado.
―Aquí
dice ―me dijo, apuntando hacia un papel― es tu biografía ¿no? Dice que crees en
todo este rollo.
Tenía una voz agitada que fue calmándose
durante la charla. Me contó un poco de él, era un columnista del Comercio, no
muy respetado, su único mérito era ser buen amigo de los gerentes. Hablaba de
los mercados financieros, esto y lo aquello, pero según confesó, su mayor
pasión era a lo que verdaderamente había venido a la Tierra: a salvarla según
él.
―¿Salvar a la Tierra de qué? ―le pregunté.
―Pues de ustedes, los humanos ―respondió de
inmediato, completamente seguro de lo de decía― esto no se lo digo a
cualquiera, pero te lo diré a ti.
―Dilo ya, rápido, porque esto no parece pero es
mi trabajo ―lo apuré.
―Yo sé cómo contactarme con los de arriba, con
los extraterrestres. Haz sido elegido para salvar a la Tierra de su destrucción
a manos de los hombres ―me dijo, abriendo excesivamente los ojos.
Entonces dejé escapar una sonrisa burlona.
―¡Por eso! Por eso no le digo a nadie esto,
porque se burlan de mí. Se lo he dicho a mucha gente pero he tenido la misma
respuesta: burlas y más burlas. He sido tratado como un loco. Espero que tú
seas la excepción. Yo sé cómo contactarme con ellos porque yo soy uno de ellos.
Me calmé, dejé la burla y decidí dejarlo hablar
el tiempo que quisiera, así que siguió.
―En casa tengo los implementos que me permiten
hablarles, verlos. Son unos tubos que me entregaron los de arriba. No puedo
darte muchos detalles porque es tecnología súper avanzada que no entenderías
con palabras ―en eso miré a mis lados, para notar si mi compañero estaba
escuchando los asuntos de Arca, pero no, él seguía con los suyo―. Si tú quieres
podemos ir a mi casa y podemos conversar con ellos.
―Oh sí, sería muy interesante ―le seguí la
corriente.
―Cuando tú quieras muchacho ―dijo,
inmediatamente empezó a tocarse todos los bolsillos, del saco y el pantalón.
Encontró su billetera, sacó una tarjeta y me la entregó. Luego, sin dejar de
mirarme, caminando de reversa, se marchó.
―¡Carajo! ¿Oíste todo eso que dijo el tío? ―le
pregunté a mi compañero.
―Para nada, no estaba atento.
―Al parecer salvaré al mundo exterminando a
todos los humanos. Nunca había visto a este hombre por aquí ―comenté.
―Yo sí lo vi, es muy amigo de tu hermano, a
veces los veo almorzando juntos.
Cuando terminé mi jornada, pasé por la oficina
de mi hermano y le consulté sobre Xavier Arca. Cuando le conté el asunto lanzó
una risotada que me dejó en ridículo. Una vez calmado, todavía sobándose la
barrida por el dolor de la risa, me dijo:
―Ese tío es un loco. Le mete cuento a todos los
jovencitos para llevárselos a su casa y seducirlos. Una vez me dijo para ir a
su casa y masturbarnos juntos. Yo a él y él a mí.
Salí de la oficina. Mi misión en la Tierra
había sido abortada.