Estaba
caminando por la avenida Javier Prado con más estilo que James Bond. Me metí al
centro comercial Jockey Plaza y cuando crucé por una tienda de flores, se me
ocurrió comprarle un ramo a mi chica, a mi Chica Bond. La entrada
estaba decorada con unos globos que tenían grabados bastante románticos,
peluches de más huachafos y tarjetería en general. Cuando llegué al fondo, no
encontré a nadie, no había ni siquiera clientes. Escuché unos movimiento detrás
de la vitrina, parecía haber alguien ahí pero no me había hecho notar, así que
golpeé el vidrio del mostrador y saltó una chica, blanca, pálida, de ojos
grises, bonita.
—Hola, en qué
te ayudo —me dijo, con una voz llena de ternura, que hizo que me enamoré al
instante. Le miré los senos pero no había mucho para ver, pues tenía puesto un
mandil que no me dejó contemplarla plenamente, así que me conformé sólo con su nombre grabado en un pequeño
acrílico: Iris.
—Unas flores,
las más baratas —le dije, sonriente, tratando de ligármela. Pero era en vano.
Lo sabía, era demasiado para mí, y ella lo sabía también, es más, cuando me
dijo— 25 soles, incluida la tarjeta — lo dijo en un tono como diciéndome —ubícate hijito, mira la hembra que soy, y
mírate lo poco hombre que eres.
—Bien, dame las
flores por favor —le dije.
Ella salió del
otro lado de la vitrina, se ubicó donde estaban las flores, adelante, en el
mostrador de madera con muchas rendijas.
—¿Qué colores
quieres? —me preguntó, en su tono de voz natural, ese tan sensual y erótico. Es
posible que estuviera jugando conmigo, jugando a la chica imposible para el
chico idiota, o simplemente tratarse de su forma de ser.
—Rojos, todos
rojos pasión —le respondí.
—Bien —dijo
ella, y continuó. Mientras tanto le miraba de reojo el trasero. Algunas
personas pasaron por afuera y me pescaron viéndole las nalgas en ese jean
celeste que parecía desgarrarse, pero continuaron con su paso sin hacer ningún
gesto de desaprobación,más bien parecían sentir envidia de mi ubicación privilegiada.
En pocos
minutos estuvo listo mi adorno. Le pagué y me marché, no sin antes agradecerle
educadamente. Era algo que había aprendido desde niño, pues mi madre solía
decirme —hijito, todas las puertas se te abrirán con tres palabras mágicas que
son: permiso, por favor y gracias—, pero estoy seguro que ni mi madre apostaría
que las piernas de Iris se abrirían con esas, ni ninguna palabra. A menos que
en los siguientes cinco días ganara el premio Nobel, pero más fácil sería
violar a Iris.
En fin.
Seguí caminando
con más estilo que James Bond, viendo las elegantes tiendas, entre las tantas
el Zara, con su magnifica colección de invierno.
—Algún día
vendré de compras aquí, por unas camisas y pantalones, y seguir andando como un
James Bond —pensé.
Pronto llegué a
mi cita. Mi Chica Bond estaba ahí, linda, jodidamente linda. No tenía nada que
envidiarle a Iris. Aunque a decir verdad sí, esos ojos grises y tristes tenían
su rara magia, algo de brujería.
Nos saludamos
con un beso prolongado, la cogí de la cintura y froté un poco mi pelvis en
ella.
—Estás zampado —me dijo. Ni siquiera fue una pregunta, si no una afirmación muy afirmativa.
—No —le dije.
Lo que era verdad.
—Pero… no
importa —me dijo—. ¿Y esas flores, no me las piensas dar?
—Oh, que
estúpido, toma, espero que te gusten mi amor.
Le pasé las
flores y ella los olisqueó. Parecía haber volteado incluso los ojos. Se me
acercó nuevamente y sentí sus manos en mi trasero, como quien cata el pan para
comérselo, lo que significaba que quería cabalgar a este caballo. Por cierto,
mi motor estaba con un caballo de fuerza, lo que considero suficiente para una
mujer.
—Qué hacemos
—me dijo ella.
—No sé.
—Vamos a ver
alguna película —propuso.
—Bien, vamos.
Caminamos con
elegancia. Ella llevaba un abrigo marrón, una especie de gabardina, adentro se
le podía notar unas pantis del mismo color, aunque un poco más claros, al igual
que sus zapatos con tacones, que la hacían notar más alta que yo, lo que me
excitaba exageradamente. Cuando llegamos al cine tenía ya doliéndome el glande de
tanto que golpeaba mi pantalón. Miramos por largo rato el cartel de películas.
Eran las 4.30 y todas las funciones habían empezado, las siguientes eran a las
6.30 y 7.00, sin embargo la película que queríamos ver, una comedia musical con
Tom Cruse, empezaba todavía a las 7.30.
—¿Esperamos?
—me preguntó la Chica Bond.
—A mi me da
igual, pero lo que más quiero es ir a algún lugar donde podamos hacer el amor,
largo y tendido.
—Mi pequeño
pervertido —susurró en mi oreja izquierda y le dio un suave mordisco, lo que
volvió loco a mi glande.
De pronto
estábamos en las afueras del Jockey Plaza, habíamos salido corriendo como si
hubiéramos robado algo y estuviéramos huyendo de la policía. Subimos a un taxi
y nos marchamos. Teníamos planeado ir a mi habitación en Ate, pero nos bajamos
a medio camino, nos metimos a un hotel a
donde acostumbrábamos ir en nuestra adolescencia. Subimos corriendo, ella me
frotaba la entrepierna y yo le manoseaba las nalgas y las tetas.
Una vez
adentro, completamente calientes, nos tiramos a la cama a seguir tirándonos. De
pronto cuando ya estábamos completamente desnudos, ella paró sus movimientos y
me dijo:
—Anda al baño
un rato, cuando vuelvas me haces lo que quieras.
—¿Lo que
quiera?
—Lo que
quieras.
Pensé en
practicarle el sexo anal, y me fui corriendo al baño. Pero una vez adentro, me
asusté, pensé que se marcharía y me dejaría ahí, aunque no tenía ningún motivo.
En unos instantes pensé que entraría una de sus amigas para hacer un trío,
aunque ya era pedirle demasiado a la vida.
Finalmente ella me llamó:
—¡Julián!
—Cuando salí,
estaba completamente desnuda sobre una cama de flores, las flores que le había
comprado a Iris. Me sentía como en la película Belleza Americana. Salté sobre
ella y la hice mía, como un degenerado, como solían hacerlo los actores porno
en las películas que me traían adicto, con cachetadas y escupitajos de por
medio.
Mientras
terminaba, no sé que chucha pasó por mi cabeza, que dije:
—Oh, Iris,
maldita.
—¿Quién mierda
es Iris? —me dijo Chica Bond. Luego me dio una paliza, como la Catwoman, y yo
por supuesto no me defendí como James Bond. Pero esa ya es otra historia.